sábado, 26 de febrero de 2011

Muy breve historia de la vida en la Tierra

La medida del tiempo geológico

La medición del tiempo geológico se hace normalmente utilizando como referencia una escala de datación absoluta, que divide la historia de la Tierra en periodos de diferente extensión, pero que presentan las mismas características geológicas, ecológicas o biológicas.
La división de mayor entidad es el eón; se distinguen varios eones a lo largo de la historia de la Tierra. En los primeros (Hádico y Arcaico) no hay pruebas de la existencia de vida, mientras que en el Proterozoico y en el Fanerozoico es patente la existencia de seres vivos. Los eones se dividen en eras, cada una de las cuales se caracteriza por una forma de vida que domina sobre las demás. En general, cada era termina con un gran cambio de flora y fauna, normalmente relacionada con un periodo de gran extinción. Las eras geológicas se dividen en periodos, y éstos en épocas. Los geólogos han establecido aún periodos de menor duración, por debajo de las épocas.

La vida sobre la Tierra
A pesar de que la aparición de la vida parece un acontecimiento complejo y poco probable, este acontecimiento debió producirse en nuestro planeta en un plazo de tiempo muy corto a escala geológica: la formación del planeta termina hace unos 4600 millones de años, y ya existen pruebas de formas de vida bastante complejas hace unos 3850 millones de años, es decir solo unos 750 millones de años después. Aunque ese intervalo de tiempo pueda parecer enorme, lo cierto es que representa un plazo muy pequeño si consideramos lo que tuvo que ocurrir durante ese periodo.

Surgencia oceánica
El primer gran hito necesario para la aparición de los seres vivos es la formación de compuestos orgánicos. A día de hoy no se conocen con claridad los procesos que pudieron dar lugar a la aparición de estos compuestos, que resulta muy desfavorable desde el punto de vista termodinámico. Se han sugerido varias hipótesis, como la que señala que estas sustancias podrían proceder de cometas, en los que la alternancia de temperaturas muy altas (cuando están cerca del Sol) con otras muy bajas hacen posible la formación y la conservación de estas sustancias. Una hipótesis alternativa, más parsimoniosa (es decir, que explica el mismo fenómeno de forma más sencilla; el principio de parsimonia es importante a la hora de valorar de forma previa la capacidad explicativa de una hipótesis), es la que propone que la formación de este tipo de sustancias pudo tener lugar en las surgencias oceánicas, manantiales de agua muy caliente cargada de minerales, producida en las zonas donde asciende material del manto en las dorsales oceánicas. Estas fuentes termales están a temperaturas muy por encima de los 100ºC, aunque el agua se mantiene en estado líquido gracias a la presión a la que está sometida. Esas condiciones podrían ser adecuadas para la formación natural de moléculas complejas, como las que caracterizan a la materia viva.

La formación de las moléculas orgánicas no es más que el primer paso de un complicado proceso de evolución química. Antes de que pudieran aparecer los primeros seres vivos propiamente dichos, la formación de moléculas orgánicas tuvo que convertirse en un proceso automantenible. Esto significa que debieron evolucionar conjuntos de reacciones químicas que permitieran formar esas mismas moléculas. Este conjunto de reacciones químicas constituiría la primera versión del metabolismo celular. 
Un elemento imprescindible en el proceso de evolución química fue la aparición de un replicador, una molécula capaz, por una parte, de formar moléculas iguales a sí misma, y por otra de dirigir un conjunto de reacciones químicas capaces de mantener el metabolismo. Hay una enconada disputa científica acerca de qué evolucionó antes, si el replicador o el metabolismo. En todo caso, no se poseen datos suficientes para poder afirmar nada con seguridad. Una posible explicación es que ese papel original estuviera realizado por un tipo de moléculas, recientemente sintetizadas en un intento de reproducir las condiciones de evolución primitivas, que reúnen algunas características de los ácidos nucleicos y de los aminoácidos.

El segundo paso de la evolución pre-biótica (anterior a la aparición de los primeros organismos) debió ser la formación de las primeras células, probablemente mucho más simples que las células más sencillas que conocemos en la actualidad. La teoría más extendida es que la propone que los primeros antepasados de los seres vivos constaban de una membrana lipídica que rodeaba al replicador y al resto de las moléculas necesarias para mantener el metabolismo celular. Una hipótesis diferente sugiere que las primeras formas de vida automantenida, si pueden denominarse así, fueron cristales de arcilla, que tienen la capacidad de replicarse manteniendo su forma y su composición, y que podrían haber adsorbido sobre ellos moléculas orgánicas.

Una alternativa, un tanto más exótica, para explicar la aparición de la vida sobre la Tierra es la hipótesis de la panspermia, que propone que los primeros organismos llegaron a la Tierra como bacterias liofilizadas procedentes del espacio exterior. En cualquier caso, la panspermia no haría más que alejar el problema fundamental: la aparición de la vida, ya sea en nuestro planeta, ya sea en otro ambiente distinto.

Las primeras formas de vida de las que tenemos constancia eran similares a las cianobacterias actuales, un tipo de organismos procariotas capaces de realizar la fotosíntesis produciendo oxígeno. Sin embargo, está claro que no pudieron ser las primeras células en aparecer. Éstas debieron ser procariotas (con membrana celular y ribosomas, pero sin orgánulos celulares) y heterótrofas, es decir, obtendrían su energía y sus componentes a partir de materia orgánica.

En un periodo de tiempo bastante breve debieron aparecer los primeros organismos autótrofos, que no producían oxígeno (hay que recordar que la atmósfera primitva no lo contenía). La aparición de estos organismos permitió que los heterótrofos pudieran nutrirse una vez que agotaron los compuestos orgánicos producidos mediante síntesis abiótica.

Estromatolito
Los primeros organismos de los que realmente tenemos restos fósiles son las cianobacterias, organismos procariotas capaces de llevar a cabo la fotosíntesis oxigénica (es decir, productora de oxígeno). El crecimiento de estos organismos da lugar a la formación de estromatolitos, estructuras estratificadas similares a las que forman estos organismos en la actualidad.

La aparición de las cianobacterias, y de la fotosíntesis productora de oxígeno, cambió por completo  la ecología de nuestro planeta. Los seres vivos que habían evolucionado hasta ese momento eran incapaces de soportar el oxígeno, que debido a su elevada reactividad resultaba tóxico para ellos. La producción de oxígeno por parte de las cianobacterias provocó, en primer lugar, la oxidación de todos los materiales expuestos de la superficie del planeta, y después que este gas se acumulara en la atmósfera de un modo progresivo, hasta alcanzar el 20% que representa en la actualidad.

Los organismos tuvieron que adaptarse a un ambiente totalmente novedoso. Algunos de ellos no solo consiguieron soportar el oxígeno, sino de incorporarlo a sus procesos de producción de energía. Otros, que no modificaron su metabolismo sí que lograron, en cambio, incluir en su interior a organismos que sí lo habían hecho. Este proceso, denominado endosimbiosis, dio lugar a la aparición de los primeros organismos eucariotas, tanto a los antepasados de los protistas, hongos y animales (que solo incluyeron en su citoplasma las mitocondrias) como a los ancestros de las plantas, que también atraparon los cloroplastos.
La aparición de las cianobacterias tuvo lugar hace, aproximadamente, 3.500-3.800 millones de años. La acumulación de oxígeno en la atmósfera (la revolución del oxígeno) ocurrió hace unos 3.000 millones de años. El oxígeno siguió acumulándose en la atmósfera hasta hace unos 600 millones de años, época en la cual la concentración fue suficiente como para que se formara la capa de ozono.

La presencia de ozono en la atmósfera supuso un nuevo evento importante en la evolución de la vida: la radiación ultravioleta procedente del Sol es lo suficientemente energética como para provocar mutaciones en el ADN de los organismos. El ozono absorbe la mayor parte de esta radiación, de modo que la formación de esta capa redujo en gran medida la frecuencia de las mutaciones. Gracias a esto, los organismos consiguieron una mayor estabilidad en sus genomas, lo que les permitió adquirir una mayor complejidad; aproximadamente en la época en la que se forma la capa de ozono aparecen también los primeros organismos pluricelulares, más complejos que los que habían existido hasta entonces. Es el principio del eón Precámbrico.
Durante el Precámbrico, concretamente en la Era Proterozoica, las formas de vida se diversifican en gran medida, aunque se encuentran exclusivamente en el mar. Las formas de vida se presentan en multitud de tipos distintos, la mayoría de los cuales desaparecen completamente al final de este periodo sin dejar descendientes. Estos organismos se encuentran perfectamente representados en el yacimiento australiano de Ediacara, que da nombre a las formas de vida de la época. La Era Proterozoica termina con un periodo extraordinariamente frío, que provoca la mayor extinción conocida de la vida en nuestro planeta.

El eón Fanerozoico recibe este nombre porque los organismos dejan restos fósiles patentes. Su división en Eras se basa, precisamente, en las formas de vida predominantes en cada una de ellas.

Durante la era Paleozoica aparecen los grandes tipos de organismos que han llegado hasta la actualidad. La era se inicia con un enorme aumento de la biodiversidad, conocido como la "explosión del Cámbrico", aunque ese periodo termina con una nueva gran extinción. A lo largo de  la era los seres vivos empiezan a ocupar los ambientes terrestres, primero las plantas (musgos y helechos) y posteriormente los animales (anfibios y los primeros reptiles). El Paleozoico se caracteriza, en general, por grandes alternancias climáticas y por varias grandes extinciones que están a punto de acabar con las formas de vida.

El Mesozoico es la era en la que predominan los grandes reptiles (de los cuales los más conocidos, pero no los únicos, son los dinosaurios) y los helechos y las gimnospermas como plantas terrestres. Esta época se caracteriza, en lo ecológico, por temperaturas generalmente más elevadas que las actuales, aunque con alternancia entre periodos secos y húmedos. Se trata también de una época geológicamente calmada, sin grandes movimientos orogénicos, aunque sí se producen transgresiones y regresiones marinas.
El Mesozoico concluye con la orogenia alpina y, sobre todo, con la extinción de los dinosaurios que es, sin duda, el proceso más popular y mejor conocido, aunque no el más importante. Aún no se han establecido definitivamente las causas de las grandes extinciones ocurridas a lo largo de la historia de la vida en la Tierra, aunque se considera que los principales candidatos son los grandes cambios climáticos, periodos de gran actividad volcánica o el choque contra la Tierra de meteoritos de gran tamaño.

El Cenozoico, que comienza tras la desaparición de los grandes reptiles, es la era geológica en la que nos encontramos en la actualidad. Se caracteriza por la expansión de los grupos de organismos que actualmente nos resultan familiares en el planeta: en el mundo vegetal, se produce la aparición y expansión de las plantas con flores, que evolucionan de forma paralela a los insectos, ya que entre ambos grupos se establece una relación que resulta ventajosa para los dos: la polinización. En cuanto a los animales, la desaparición de los grandes reptiles permite el desarrollo y la expansión de dos grupos que, aunque estaban ya presentes a finales del Mesozoico, se limitaban a unas pocas especies poco visibles: las aves y los mamíferos. Dentro del proceso de radiación evolutiva de los mamíferos se produce la evolución de los primates y, entre ellos, la de los homínidos.

martes, 22 de febrero de 2011

Evolución y diseño inteligente: ¿una polémica científica?

La evolución biológica de los organismos es considerada en la actualidad como un hecho científico bien establecido, confirmado por todas las pruebas científicas disponibles hasta el momento. La teoría de la selección natural es la mejor explicación disponible hasta el momento, y también ha sido confirmada por todas las pruebas analizadas.

En la primera mitad del siglo XX se consiguió compatibilizar la teoría darwiniana acerca de la selección natural con las leyes de la herencia propuestas por Mendel y con la teoría cromosómica, dando lugar a un paradigma sintético que se conoce como Neodarwinismo. Desde entonces, el Neodarwinismo ha sido capaz de explicar satisfactoriamente los procesos de mantenimiento, transmisión y modificación de la información genética, y relacionarlos con los acontecimientos evolutivos que se han producido en nuestro planeta.

Básicamente, lo que propone el neodarwinismo es que la información necesaria para determinar las estructuras de los organismos y controlar sus funciones se encuentra almacenada en el ADN de sus células. Existen mecanismos que permiten expresar esa información, es decir, transformar sus contenidos en estructuras reales, o en sistemas de control operativos. Existen también mecanismos que permiten copiar fielmente esa información (replicación) y transmitirla a los descendientes de los individuos que la poseen (reproducción), ya sea directamente (reproducción asexual), ya sea combinándola con la información de otros individuos de la misma especie (reproducción sexual). Mientras que los mecanismos de reproducción asexual consiguen dar lugar a individuos prácticamente idénticos a sus progenitores, la reproducción sexual produce individuos que combinan, de un modo aleatorio, las características de sus dos progenitores.

Pero los mecanismos de replicación no son perfectos, y en ocasiones se producen cambios en la información. Si esos cambios afectan a las células somáticas (todas las del organismo, excepto las que dan lugar a la formación de los gametos), no se transmiten a la descendencia, pero pueden afectar a la supervivencia del individuo. Ejemplos de estos cambios son las mutaciones que producen el cáncer. Por el contrario, si las mutaciones se producen en las células germinales (las que producen los espermatozoides o los óvulos) no afectan a la supervivencia del individuo, pero sí se transmiten a sus descendientes.

La mutación genera variabilidad, y la variabilidad es el requisito necesario y suficiente para que ocurra la selección natural: si dos individuos tienen diferentes características, tienen distintas posibilidades de sobrevivir, especialmente en condiciones limitantes. La reproducción sexual constituye, por su parte, un mecanismo para amplificar y distribuir esa variabilidad, por lo que es un complemento perfecto para los procesos evolutivos.

El Neodarwinismo, como todas las teorías científicas, ha tenido sus críticos y sus detractores. Por ejemplo, los partidarios del Neutralismo sugieren que ciertos genes, con poco o ningún efecto sobre la capacidad de supervivencia de los individuos, han podido evolucionar no mediante selección natural, ya que no proporcionan ventajas sustanciales como para ser seleccionados o eliminados, sino mediante deriva genética, es decir, por puro azar. El Neutralismo no niega la selección natural, sino que la matiza. En realidad, la deriva genética forma parte de la teoría evolutiva aceptada casi desde sus primeros momentos, y lo que hacen los neutralistas es, por una parte, explicar el mecanismo evolutivo por deriva genética a nivel molecular, y por otra proponer que este proceso afecta a un número de características mayor del que normalmente se supone.
Algo similar ocurre con el Equilibrio Puntuado, teoría según la cual los cambios evolutivos no ocurren a un ritmo constante, sino que pueden ser ocasionalmente bruscos, dando lugar a "revoluciones evolutivas" en las que aparecen tipos de organismos totalmente nuevos. Los partidarios de esta teoría la justifican por alteraciones en genes que controlan el desarrollo del organismo y la expresión de grandes conjuntos de genes.
Los debates en torno al neutralismo y al equilibrio puntuado se producen desde hace años, y seguramente se mantendrán durante bastante tiempo más.

Una situación diferente es la que plantea la idea del "Diseño Inteligente", que propone, en pocas palabras, que la evolución es un proceso teleológico, es decir, orientado a un fin, y dirigido por una inteligencia superior. Por lo tanto, niega la propia existencia de la selección natural, sustituyéndolo por un proceso de cambios programados y dirigidos por una entidad superior, no biológica (¿dios?), que se encargaría de diseñar (de ahí su nombre) las características de los organismos a lo largo del tiempo.

La diferencia fundamental entre el diseño inteligente y las otras críticas o matizaciones al Neodarwinismo está en que no resulta nada claro que el diseño sea una teoría científica. Este debate, que en principio puede parecer poco importante es, en realidad fundamental: si el diseño inteligente es una teoría científica, significa que se ajusta a los criterios de validez que todos aceptamos, y por lo tanto estaríamos ante una controversia entre dos teorías alternativas, como tantas otras que han tenido lugar a lo largo de la historia. Si, por el contrario, el diseño es la expresión de una idea religiosa, planteada de modo que tenga apariencia científica, el debate tendría lugar entre un conocimiento válido, el de la teoría neodarwinista, y otro que no ha demostrado su validez.

Las dudas acerca de la naturaleza científica del diseño inteligente se deben, sobre todo, a los mecanismos que utiliza para "validar" su contenido, pero también a dicho contenido y al modo en que se desarrolla la teoría.

William Paley
Las ideas en torno al diseño inteligente no son precisamente nuevas. En 1802 (antes de la formulación de la teoría de Darwin) el reverendo William Paley escribía:

"Si encontramos un reloj de bolsillo en un campo, inmediatamente podemos inferir que fue producido no por procesos naturales actuando ciegamente sino por un intelecto humano diseñador. De la misma manera, el mundo natural contiene abundante evidencia de un creador sobrenatural."

En esta frase se resumen, en realidad, los principales aspectos de las hipótesis sobre el diseño, que se han mantenido básicamente estables hasta la actualidad. En primer lugar, desde el punto de vista epistemológico, como indica la propia frase de Paley su argumento es, en realidad, una inferencia. Esto significa, en otras palabras, que se trata de un argumento inductivo, hipotético, en el que se propone una generalización (no demostrada) partiendo de una única observación. En segundo lugar, se trata de un razonamiento por analogía; Paley aplica las conclusiones (supuestamente) derivadas de su hipótesis a otros ámbitos distintos a los que inicialmente observó; si deduce la existencia del relojero a partir del reloj, aplica el paralelismo al mundo natural para encontrar el creador sobrenatural. El tercer aspecto que plantea problemas epistemológicos a la idea del diseño es el recurso a inobservables: en último extremo, todo el conocimiento científico debe explicar los hechos mediante fenómenos observables, lo que no ocurre con esta idea. Los tres aspectos están íntimamente relacionados, y se alejan mucho de lo que se considera unánimemente conocimiento científico.

La inferencia, la inducción de conocimiento general a partir de observaciones particulares, está en la base misma del método científico (que por ello recibe el nombre de método hipotético-deductivo). Se considera, precisamente, que la única posibilidad de generar conocimiento universal es partiendo de un número finito de observaciones y proponiendo, a modo de hipótesis, que lo que ocurre en ellas ocurre en todos los casos. Hasta ahí bien. Pero, dado que la inducción es imposible de comprobar de un modo exhaustivo, esas hipótesis deben ser sometidas a una comprobación, en el proceso normalmente llamado contraste de hipótesis. Está claro que no se pueden comprobar, uno a uno, todos los casos posibles, pero se considera que basta con un caso que no cumpla la hipótesis para que ésta sea desechada. Esto es lo que llamábamos "principio de falsación": no podemos saber que nuestra hipótesis es verdadera, pero al menos podemos comprobar que no es falsa. La formulación de hipótesis, en los procesos científicos, debe ir acompañada de un procedimiento para demostrar su posible falsedad.

En el caso de la cita de Paley, esto equivaldría a que el buen reverendo hubiera propuesto algún modo de comprobar si, efectivamente, todos los relojes de bolsillo han sido elaborados por un relojero. Evidentemente hay una trampa argumental en la idea; nosotros no partimos de una observación y la generalizamos. Sabemos de antemano que los relojes son hechos por un relojero, porque pertenecen a una categoría que tiene esa característica: son objetos artificiales. Así que la frase de Paley no es realmente una inducción, sino una falsa inducción dentro de una categoría que él ya conoce. ¿Es adecuado decir lo mismo sobre los seres vivos...? ¿No equivale a partir de la hipótesis que se quiere comprobar...?

El segundo problema epistemológico del diseño es el de la analogía. El uso de modelos también es habitual en ciencia, pero se trata siempre de modelos homólogos, no análogos. La analogía es frecuente como recurso para explicar fenómenos ya conocidos, en los que los fundamentos están perfectamente establecidos. Por esa razón se usa frecuentemente como recurso didáctico. Pero nunca puede extrapolarse más allá del paralelismo que ya se conoce. Por ejemplo, es posible comparar una célula con un motor químico (ambos queman combustible para producir energía), pero habrá que tener mucho cuidado si se pretende encontrar elementos similares a la mitocondria en el motor de un coche o piezas que cumplan la misma función que los cilindros dentro de la célula. El parecido empieza y acaba en el uso de los combustibles, y no puede extrapolarse a otros elementos que no guardan relación. Tampoco pondríamos a un ingeniero a tratar de reparar una célula... En pocas palabras, lo que Paley hace es utilizar un parecido como una prueba de causalidad, y eso está a años luz de poder ser considerado válido.

El tercer aspecto es aún más claro, y guarda relación con el anterior: el recurso a inobservables. El mismo hecho de plantearlo deja a la hipótesis del diseño fuera del ámbito de lo científico, ya que la ciencia siempre debe recurrir a los fenómenos. Pero es que, además, va claramente más allá de la propia analogía planteada por Paley: yo puedo saber que los relojes son construidos por relojeros porque puedo observar a los relojeros durante el proceso de fabricación, no solo ver los relojes. En este caso se nos indica que, puesto que vemos los organismos es necesario que aceptemos la existencia de un creador, al que no podemos observar... por la propia definición que se hace de él: un creador sobrenatural.

En cualquier caso, no sería justo descalificar una teoría por los argumentos que sus primeros partidarios utilizaron hace más de doscientos años. La ciencia avanza en buena parte por depuración de errores, y las teorías suelen enfrentarse a formulaciones parcialmente equivocadas que, en procesos de debate dialéctico, van corrigiendo sus errores. La larga historia del geocentrismo frente al heliocentrismo, o la controversia entre las teorías inmovilistas y la deriva continental hasta que evolucionó hacia la tectónica de placas, o la misma disputa entre fijistas y evolucionistas son ejemplos claros de cómo el conocimiento científico se caracteriza por conseguir que sus propuestas se vayan adaptando a los hechos conocidos y a los requerimientos de la lógica. Por ello, es imprescindible echar un vistazo a las formulaciones actuales del diseño inteligente.

En la actualidad, los partidarios del diseño inteligente se centran en dos argumentos diferentes pero interdependientes: el problema de la complejidad irreductible y la inferencia del diseño. El segundo sigue siendo, básicamente, el mismo argumento que Paley proponía en el siglo XIX, pero reformulado.

Trampa de ratones, sistema irreductiblemente complejo
El argumento de la complejidad irreductible se basa en la dificultad que tendría, según los partidarios del diseño, el neodarwinismo para explicar la aparición, mediante procesos de evolución gradual, de estructuras muy complejas, que solo tienen valor biológico para los organismos cuando ya son muy complicadas. Estas estructuras se denominan sistemas irreductiblemente complejos, y se caracterizan por estar formadas por un conjunto de piezas básicas interrelacionadas entre sí, de modo que cuando se elimina o se modifica una de ellas, el sistema deja de funcionar. Los partidarios del diseño ponen como ejemplo (de nuevo una analogía) una trampa para ratones. En el caso de los sistemas biológicos, los ejemplos en los que más han centrado su atención han sido el ojo y el flagelo bacteriano.

La estructura del flagelo bacteriano es demasiado compleja como para ser explicada a este nivel, aunque hay que decir que los biólogos moleculares que la estudian consideran que sus elementos sí pudieron tener, a lo largo de la evolución, valor biológico para los organismos que los presentaban. De ser así, esto invalidaría el argumento, puesto que las "piezas" podrían haber evolucionado por separado mediante selección natural, y su asociación para la formación del flagelo hubiera supuesto, en todo caso, un proceso evolutivo posible y también ventajoso.

Es bastante más sencillo explicar el modo en que ha podido evolucionar un sistema como el ojo de los vertebrados, aunque en la actualidad los partidarios del diseño ya no lo consideren como un sistema irreductiblemente complejo. En realidad, esto mismo debería ser un argumento en contra del propio diseño inteligente porque, en lugar de aceptar la falsación de la hipótesis lo que se hace es cambiar el marco de referencia, para dejar fuera del mismo aquellos hechos que no son explicados por la hipótesis original. Merece la pena detenerse un momento en esto.

La hipótesis representada por el argumento de la complejidad irreductible es esta: "Los sistemas irreductiblemente complejos no pueden evolucionar mediante selección natural". Si se tratara de una hipótesis científica, debería ser falsable. Para ello bastaría con encontrar un sistema irreductiblemente complejo que hubiera evolucionado por selección natural. En ese caso, nuestro razonamiento sería el siguiente:
  • Los sistemas irreductiblemente complejos no pueden evolucionar mediante selección natural.
  • El ojo es un sistema irreductiblemente complejo.
  • El ojo ha evolucionado mediante seleccion natural,
  • Luego...
    • La hipótesis es falsa.
La primera frase sería la hipótesis propuesta (premisa mayor), y la frase en rojo la prueba que, de comprobarse, la falsaría. Nos queda la frase intermedia, la premisa menor de que el ojo es un sistema irreductiblemente complejo: está formado por partes básicas interrelacionadas, y la modificación o eliminación de esas partes (retina, cristalino, iris...) impide su funcionamiento. Pues bien, los partidarios del diseño inteligente han reformulado las condiciones que deben cumplir las partes básicas de los sistemas irreductiblemente complejos para dejar de lado al ojo... Una vez que se ha comprobado que la evolución del ojo por selección natural es posible.



La evolución gradual del ojo no solo es posible, sino que se puede estudiar observando organismos actuales con receptores visuales menos evolucionados que los vertebrados. En cada caso, la presencia de estos receptores proporciona ventajas adaptativas a los organismos que los poseen frente a los que tienen ojos menos evolucionados.

La inferencia del diseño es un argumento más filosófico que científico. Guarda relación con la improbabilidad de que estructuras complejas se produzcan mediante el azar. Según los partidarios del diseño, las estructuras que aparecen en los seres vivos presentan una complejidad especificada. Esto significa que podemos identificarlas como consecuencia de un patrón, es decir, que cada estructura responde necesariamente a la función que desempeña. Dicho en otras palabras equivaldría a decir, por ejemplo, que las patas de los animales son así porque sirven para desplazarse. Se trata de una característica propia de los fenómenos intencionales, que han sido planeados para que cumplan un propósito determinado.

Como en el caso anterior, se puede rechazar el argumento analizando un caso en el que no se cumplan los criterios de la complejidad especificada. Para que ésta se de, es necesario que las estructuras diseñadas cumplan su función adecuadamente. Pero es fácil encontrar ejemplos de estructuras biológicas que realizan sus funciones de un modo poco apropiado, con problemas que convertirían cualquier diseño en una chapuza. Es el caso de las vías respiratorias y digestivas superiores; se supone que sus funciones son diferentes, de modo que podrían estar totalmente separadas. En realidad, las consecuencias de que ambas vías se crucen en la faringe puede llegar a provocar graves problemas, ya que hace posible que los alimentos penetren por la tráquea obstruyéndola y causando ahogamiento. Estos inconvenientes se habrían solucionado, en cualquier diseño especificado, haciendo que ambos conductos fueran paralelos.

La única explicación posible de que esto no sea así hay que buscarla en la evolución de esta estructura. Lejos de ser el resultado de un diseño previo, los pulmones son el resultado de la evolución de una estructura preexistente, la vejiga natatoria que aparece en los peces actuales. Se trata de una bolsa rellena de gas, que permite a los peces flotar a diferentes profundidades. Aunque en muchos peces actuales poseen una vejiga natatoria cerrada, parece que ésta ha evolucionado desde una bolsa unida al aparato digestivo mediante un tubo, el conducto pneumático.
Este tipo de vejiga natatoria unida al digestivo, presente en los peces pulmonados, habría evolucionado en los tetrápodos (anfibios, reptiles, aves y mamíferos) dando lugar a los pulmones, lo que explicaría su unión con el digestivo.

¿Es el diseño inteligente una teoría científica válida?

Desde el punto de vista epistemológico, es posible criticar el diseño inteligente comparándolo con las teorías científicas "aceptadas": las teorías científicas están centradas en proponer hipótesis que, partiendo de fenómenos conocidos, permitan explicarlos y predecir nuevos fenómenos. Para garantizar su validez proponen mecanismos que permiten su falsación (criterio de demarcación). Frente a esto, el diseño inteligente se ocupa de plantear mecanismos para tratar de falsear la selección natural, no para explicar fenómenos. No proporciona ninguna explicación científica, porque recurre a inobservables para explicar solo aquellos hechos que dice no poder explicar de otro modo. Por último, no se somete a ningún control, porque no proporciona ningún mecanismo para ser contrastada. Se trata, por tanto, más de una explicación mitológica que científica.