De vez en cuando se reproduce una vieja polémica sobre la relación entre la Teoría de la Evolución y la Religión. Desde luego, no es un tema nuevo: el enfrentamiento entre las dos posturas empezó en el mismo momento en que Darwin presentó su trabajo, y los primeros en oponerse fueron los obispos de la Iglesia de Inglaterra.
Frente a la hipótesis científca presentada por Darwin, y la acumulación de pruebas de todo tipo que los biólogos han ido reuniendo en más de 150 años, quienes sostienen las posturas religiosas, el creacionismo, han presentado una hipótesis que trata de combatir la teoría evolutiva en su mismo terreno, la ciencia. Se trata de la hipótesis del diseño inteligente.
Empecemos por el principio, ¿es el diseño inteligente una teoría científica? Eso es tanto como preguntar qué es la ciencia. Es difícil de contestar, aunque Karl Popper, un filósofo de la ciencia del siglo XX puede echarnos una mano. Según él, la ciencia no puede asegurar, en ningún caso, que una hipótesis es verdadera. Pero esto no significa que no pueda ayudarnos a conocer la verdad. ¿Cómo? Pues dándole la vuelta a la situación: si no sabemos si algo es verdad, al menos podemos saber que no es falso. En muy pocas palabras, esto es el principio de falsabilidad. Digámoslo de otra forma, para dejarlo más claro: la ciencia es muy exigente. Nunca afirma que sus resultados sean ciertos, pero para que, como mínimo, consideremos que una afirmación es científica, tenemos que demostrar que no es falsa. Así que cuando un científico, en cualquier campo, hace una afirmación, también tiene que proponer un modo de demostrar que no se cumple.
¿Qué pasa con el diseño inteligente? Lo que dice la teoría es relativamente sencillo de entender: observemos a nuestro alrededor. Los organismos que podemos ver son tan perfectos que no podemos creer, de ningún modo, que hayan aparecido por azar.
¿Es ciencia? No, porque no es falseable. ¿De qué modo podríamos comprobar que no existe un diseñador? La propia teoría nos lo hace imposible, porque se encarga de decirnos que ese diseñador no es observable. Y la ciencia tiene que basar su desarrollo en la observación. Así que, para empezar, no sabemos si la teoría del diseño inteligente es cierta o no, pero sí sabemos que hace trampas: utiliza unas reglas diferentes a las de la teoría científica que pretende contradecir. Es como si en un partido de fútbol un equipo jugara con once jugadores y el otro con quince.
Pero, aun concediendo la ventaja de las reglas distintas, la ciencia cuenta aún con razones suficientes como para rebatir la teoría del diseño.
En primer lugar, el diseño inteligente es argumentativo. Esto significa, simplemente, que no descansa en pruebas, ni en observaciones, sino en interpretaciones que sus defensores hacen de los hechos. ¿Qué significa decir que un organismo es perfecto? ¿Cómo medimos esa perfección?
En segundo lugar, no explica los hechos, sino que solo utiliza las observaciones que le interesan. Pensemos, por ejemplo, en la estructura del aparato respiratorio y digestivo de los tetrápodos. Todos los animales de este grupo respiramos por pulmones, y en todos se produce una característica peculiar: la entrada de aire hacia los pulmones conecta con la entrada de alimentos. Esto puede suponer problemas graves: no hay más que pensar en los atragantamientos que todos hemos sufrido alguna vez. Un atragantamiento es, simplemente, la obstrucción de las vías respiratorias por un trozo de alimento que ha seguido un "camino equivocado". Y, sin embargo, no hay ninguna razón fisiológica que haga necesaria esa comunicación de vías respiratorias y digestivas. Si pidiéramos a un médico, o a un biólogo, que diseñara estos aparatos partiendo de cero seguramente los separaría por completo. La justificación para esta unión es simplemente histórica: los pulmones de los tetrápodos han evolucionado a partir del tubo digestivo, razón por la cual no se han separado totalmente.
Otro inconveniente del diseño inteligente es su imprecisión. ¿Qué significa imposible? ¿Quiere decir que, literalmente, la probabilidad es cero? ¿O que es muy baja? Y si no es cero, ¿por debajo de qué nivel aceptamos la incredulidad?
Una más, por no seguir demasiado, aunque esta objeción es importante: la evolución biológica no es, ni mucho menos, un proceso aleatorio. Ante todo, se trata de un proceso histórico, lo que quiere decir que aprovecha los resultados que se han producido con anterioridad, y trabaja sobre ellos. Trataré de explicarlo con un modelo, la fórmula 1.
Igual que ocurre con la evolución, los ingenieros de la fórmula 1 trabajan "a ciegas" (seguramente ellos no estarán demasiado de acuerdo, pero podemos suponer que nos basta). Se enfrentan a un conjunto de problemas más o menos comunes en un entorno cambiante (eso incluye las propias reglas de la competición) sin saber, antes de empezar a trabajar, cuál es la solución óptima. Esta es, precisamente, la diferencia con el diseño inteligente, ya que esta idea sí que supone al diseñador un conocimiento de esa solución. Más aún, seguramente no hay una solución óptima, lo que se ve cuando varios coches pueden obtener resultados parecidos utilizando estrategias diferentes.
Como pasa con la evolución, los ingenieros nunca empiezan a trabajar desde cero. Incluso cuando empezó a existir la fórmula 1, ya existían los coches. Y éstos evolucionaron a partir de los carros, lo que explica algunas de las características que aún tienen...
La mayoría de los cambios que se introducen en un fórmula 1 son pequeños, poco importantes cuando se consideran de uno en uno. Y en casi todos los casos, hasta esas pequeñas novedades (la forma o el tamaño de los alerones, la posición de los espejos...) no funcionan de forma totalmente correcta cuando se introducen en el coche, y van sufriendo mejoras como resultado de las pruebas, que seleccionan las versiones más apropiadas.
A veces aparecen cambios bastante revolucionarios. Por ejemplo, Tyrrell utilizó un coche con seis ruedas en el año 1976. Sin embargo, lo más habitual es que cambios tan importantes no funcionen (los coches siguen con las tristes cuatro ruedas). Otras veces, el cambio en las condiciones en las que ocurre la competición (por ejemplo de sus propias reglas) puede provocar que todo un tipo de coches desaparezcan rápidamente. Eso pasó con el turbo, o el efecto suelo. Casi casi podemos cambiar lo dicho sobre la fórmula 1 y aplicarlo directamente a los seres vivos.
En fin, el diseño inteligente no es ciencia. Y si lo fuera, sería mala ciencia porque no define su propia hipótesis, porque no establece cómo comprobarla y porque ni siquiera define adecuadamente la hipótesis contra la que pretende luchar. ¿Quiere decir eso que no hay que creer en la religión? No necesariamente. Precisamente, esa es una de las trampas de la teoría del diseño: las creencias religiosas no tienen por qué ser racionales, así que no dependen de los hechos, ni de las observaciones, ni están sujetas al método científico.
Eso sí, la mayoría de los científicos, especialmente los evolucionistas, parecen ser bastante escépticos respecto a la existencia de un dios "personal", es decir, concreto y separable de conceptos generales como "la naturaleza". En un reciente estudio, solo un 10% de los científicos entrevistados reconocieron creer en Dios. El porcentaje bajaba a un 5% entre los biólogos.
Más aún, solo un 3% de los biólogos que fueron preguntados consideraron que la evolución y la fe en Dios son totalmente compatibles, aunque algunos aún lo intentan con todas sus fuerzas. Entre ellos se encuentra Francisco Ayala, uno de los evolucionistas más importantes del siglo XX, español pero residente en California desde hace décadas. Para él, la naturaleza no puede ser explicada por un diseño realizado por Dios:
"El mundo está lleno de imperfecciones, defectos, sufrimiento, crueldad y aun sadismo. La espina dorsal está mal diseñada, los depredadores devoran cruelmentee sus presas, los parásitos sólo pueden vivir si destruyen a sus huéspedes, quinientos millones de personas sufren la malaria y un millón y medio de niños mueren por su causa cada año. No parece apropiado atribuir los defectos, la miseria y la crueldad que predomina en el mundo vivo al diseño específico del Creador. Más. El 'creacionismo' literalista de los seis días no es compatible con la creencia cristiana en un Dios omnipotente y benévolo, en tanto que la teoría de la evolución sí es compatible. Como las inundaciones, las sequías u otras catástrofes físicas son una consecuencia necesaria de la estructura del planeta, los depredadores y los parásitos, las disfunciones y las enfermedades son consecuencia de la evolución de la vida. No son el resultado de un diseño deficiente o malévolo: las características de los organismos son resultado de la selección natural. Se funda ésta en el cambio genético; depende de mutaciones espontáneas; es oportunista; la modulan la historia pasada de los organismos y las exigencias del medio; y es creativa, de modo que da lugar a auténticas novedades, organismos y sus características"
En resumen: la fe es libre, la ciencia no. La ciencia se sujeta a los hechos, pero por eso mismo no puede ser negada más que por los hechos. En esto, también es conveniente dar al César lo que es del César.
Frente a la hipótesis científca presentada por Darwin, y la acumulación de pruebas de todo tipo que los biólogos han ido reuniendo en más de 150 años, quienes sostienen las posturas religiosas, el creacionismo, han presentado una hipótesis que trata de combatir la teoría evolutiva en su mismo terreno, la ciencia. Se trata de la hipótesis del diseño inteligente.
Empecemos por el principio, ¿es el diseño inteligente una teoría científica? Eso es tanto como preguntar qué es la ciencia. Es difícil de contestar, aunque Karl Popper, un filósofo de la ciencia del siglo XX puede echarnos una mano. Según él, la ciencia no puede asegurar, en ningún caso, que una hipótesis es verdadera. Pero esto no significa que no pueda ayudarnos a conocer la verdad. ¿Cómo? Pues dándole la vuelta a la situación: si no sabemos si algo es verdad, al menos podemos saber que no es falso. En muy pocas palabras, esto es el principio de falsabilidad. Digámoslo de otra forma, para dejarlo más claro: la ciencia es muy exigente. Nunca afirma que sus resultados sean ciertos, pero para que, como mínimo, consideremos que una afirmación es científica, tenemos que demostrar que no es falsa. Así que cuando un científico, en cualquier campo, hace una afirmación, también tiene que proponer un modo de demostrar que no se cumple.
¿Qué pasa con el diseño inteligente? Lo que dice la teoría es relativamente sencillo de entender: observemos a nuestro alrededor. Los organismos que podemos ver son tan perfectos que no podemos creer, de ningún modo, que hayan aparecido por azar.
¿Es ciencia? No, porque no es falseable. ¿De qué modo podríamos comprobar que no existe un diseñador? La propia teoría nos lo hace imposible, porque se encarga de decirnos que ese diseñador no es observable. Y la ciencia tiene que basar su desarrollo en la observación. Así que, para empezar, no sabemos si la teoría del diseño inteligente es cierta o no, pero sí sabemos que hace trampas: utiliza unas reglas diferentes a las de la teoría científica que pretende contradecir. Es como si en un partido de fútbol un equipo jugara con once jugadores y el otro con quince.
Pero, aun concediendo la ventaja de las reglas distintas, la ciencia cuenta aún con razones suficientes como para rebatir la teoría del diseño.
En primer lugar, el diseño inteligente es argumentativo. Esto significa, simplemente, que no descansa en pruebas, ni en observaciones, sino en interpretaciones que sus defensores hacen de los hechos. ¿Qué significa decir que un organismo es perfecto? ¿Cómo medimos esa perfección?
En segundo lugar, no explica los hechos, sino que solo utiliza las observaciones que le interesan. Pensemos, por ejemplo, en la estructura del aparato respiratorio y digestivo de los tetrápodos. Todos los animales de este grupo respiramos por pulmones, y en todos se produce una característica peculiar: la entrada de aire hacia los pulmones conecta con la entrada de alimentos. Esto puede suponer problemas graves: no hay más que pensar en los atragantamientos que todos hemos sufrido alguna vez. Un atragantamiento es, simplemente, la obstrucción de las vías respiratorias por un trozo de alimento que ha seguido un "camino equivocado". Y, sin embargo, no hay ninguna razón fisiológica que haga necesaria esa comunicación de vías respiratorias y digestivas. Si pidiéramos a un médico, o a un biólogo, que diseñara estos aparatos partiendo de cero seguramente los separaría por completo. La justificación para esta unión es simplemente histórica: los pulmones de los tetrápodos han evolucionado a partir del tubo digestivo, razón por la cual no se han separado totalmente.
Otro inconveniente del diseño inteligente es su imprecisión. ¿Qué significa imposible? ¿Quiere decir que, literalmente, la probabilidad es cero? ¿O que es muy baja? Y si no es cero, ¿por debajo de qué nivel aceptamos la incredulidad?
Una más, por no seguir demasiado, aunque esta objeción es importante: la evolución biológica no es, ni mucho menos, un proceso aleatorio. Ante todo, se trata de un proceso histórico, lo que quiere decir que aprovecha los resultados que se han producido con anterioridad, y trabaja sobre ellos. Trataré de explicarlo con un modelo, la fórmula 1.
Igual que ocurre con la evolución, los ingenieros de la fórmula 1 trabajan "a ciegas" (seguramente ellos no estarán demasiado de acuerdo, pero podemos suponer que nos basta). Se enfrentan a un conjunto de problemas más o menos comunes en un entorno cambiante (eso incluye las propias reglas de la competición) sin saber, antes de empezar a trabajar, cuál es la solución óptima. Esta es, precisamente, la diferencia con el diseño inteligente, ya que esta idea sí que supone al diseñador un conocimiento de esa solución. Más aún, seguramente no hay una solución óptima, lo que se ve cuando varios coches pueden obtener resultados parecidos utilizando estrategias diferentes.
Como pasa con la evolución, los ingenieros nunca empiezan a trabajar desde cero. Incluso cuando empezó a existir la fórmula 1, ya existían los coches. Y éstos evolucionaron a partir de los carros, lo que explica algunas de las características que aún tienen...
La mayoría de los cambios que se introducen en un fórmula 1 son pequeños, poco importantes cuando se consideran de uno en uno. Y en casi todos los casos, hasta esas pequeñas novedades (la forma o el tamaño de los alerones, la posición de los espejos...) no funcionan de forma totalmente correcta cuando se introducen en el coche, y van sufriendo mejoras como resultado de las pruebas, que seleccionan las versiones más apropiadas.
A veces aparecen cambios bastante revolucionarios. Por ejemplo, Tyrrell utilizó un coche con seis ruedas en el año 1976. Sin embargo, lo más habitual es que cambios tan importantes no funcionen (los coches siguen con las tristes cuatro ruedas). Otras veces, el cambio en las condiciones en las que ocurre la competición (por ejemplo de sus propias reglas) puede provocar que todo un tipo de coches desaparezcan rápidamente. Eso pasó con el turbo, o el efecto suelo. Casi casi podemos cambiar lo dicho sobre la fórmula 1 y aplicarlo directamente a los seres vivos.
En fin, el diseño inteligente no es ciencia. Y si lo fuera, sería mala ciencia porque no define su propia hipótesis, porque no establece cómo comprobarla y porque ni siquiera define adecuadamente la hipótesis contra la que pretende luchar. ¿Quiere decir eso que no hay que creer en la religión? No necesariamente. Precisamente, esa es una de las trampas de la teoría del diseño: las creencias religiosas no tienen por qué ser racionales, así que no dependen de los hechos, ni de las observaciones, ni están sujetas al método científico.
Eso sí, la mayoría de los científicos, especialmente los evolucionistas, parecen ser bastante escépticos respecto a la existencia de un dios "personal", es decir, concreto y separable de conceptos generales como "la naturaleza". En un reciente estudio, solo un 10% de los científicos entrevistados reconocieron creer en Dios. El porcentaje bajaba a un 5% entre los biólogos.
Más aún, solo un 3% de los biólogos que fueron preguntados consideraron que la evolución y la fe en Dios son totalmente compatibles, aunque algunos aún lo intentan con todas sus fuerzas. Entre ellos se encuentra Francisco Ayala, uno de los evolucionistas más importantes del siglo XX, español pero residente en California desde hace décadas. Para él, la naturaleza no puede ser explicada por un diseño realizado por Dios:
"El mundo está lleno de imperfecciones, defectos, sufrimiento, crueldad y aun sadismo. La espina dorsal está mal diseñada, los depredadores devoran cruelmentee sus presas, los parásitos sólo pueden vivir si destruyen a sus huéspedes, quinientos millones de personas sufren la malaria y un millón y medio de niños mueren por su causa cada año. No parece apropiado atribuir los defectos, la miseria y la crueldad que predomina en el mundo vivo al diseño específico del Creador. Más. El 'creacionismo' literalista de los seis días no es compatible con la creencia cristiana en un Dios omnipotente y benévolo, en tanto que la teoría de la evolución sí es compatible. Como las inundaciones, las sequías u otras catástrofes físicas son una consecuencia necesaria de la estructura del planeta, los depredadores y los parásitos, las disfunciones y las enfermedades son consecuencia de la evolución de la vida. No son el resultado de un diseño deficiente o malévolo: las características de los organismos son resultado de la selección natural. Se funda ésta en el cambio genético; depende de mutaciones espontáneas; es oportunista; la modulan la historia pasada de los organismos y las exigencias del medio; y es creativa, de modo que da lugar a auténticas novedades, organismos y sus características"
(Investigación y Ciencia, febrero 2008)
En resumen: la fe es libre, la ciencia no. La ciencia se sujeta a los hechos, pero por eso mismo no puede ser negada más que por los hechos. En esto, también es conveniente dar al César lo que es del César.
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