jueves, 2 de octubre de 2014

Ciencia, pseudociencia y mala ciencia

La ciencia está de moda. O, por lo menos, eso puede pensarse si hacemos caso de la publicidad, o de los medios de comunicación: dietas diseñadas científicamente, productos de belleza basados en la "ciencia del ADN"... hasta lejías y detergentes "científicamente probados". Y si no, ciencias ocultas, ciencias del espíritu, ¡hasta ciencias religiosas, a pesar del criterio de demarcación del bueno de Popper!

Lo "científico" da prestigio, lo que viene a reconocer que se trata de un modo de conocimiento que tiene, al menos, la garantía de lo funcional. Pero por eso mismo, arrastrado por ese valor añadido que proporciona el uso del término, cada vez son más los malos usos que se hacen de él, como los citados al principio, y que podemos agrupar en las dos categorías del título: pseudociencia y mala ciencia.

Pseudociencia significa "falsa ciencia", y es un término que fue ya utilizado por Popper al desarrollar su criterio de demarcación entre lo que es ciencia y lo que no lo es. Se utiliza para definir conjuntos de ideas que sus defensores presentan como científicos, pero que no cumplen con las características que sí se supone que debe cumplir el conocimiento científico, en particular la posibilidad de demostrar que los resultados obtenidos en la "investigación" son falsos.



Una "guía rápida" para identificar una pseudociencia podría empezar por prestar atención al nombre de la disciplina. El uso de prefijos como para- (en parapsicología, por ejemplo), que significa distinto, al margen de... o de expresiones como "alternativo", como en medicina alternativa, para oponerse a una supuesta "ciencia oficial" que estaría conspirando para encubrir los conocimientos de estas disciplinas, o las referencias a lo oculto, como en "criptozoología" (estudio de los animales misteriosos: el Yeti, Nessie, el Chupacabras...) tendría que ponernos sobre aviso, y hacer que fuéramos escépticos (desconfiados sobre la verdad de algo) ante las afirmaciones que hacen estas pretendidas ciencias.

Nuestra guía también incluiría fijarse en que las afirmaciones que hace son lo suficientemente ambiguas como para decir una cosa o su contraria. O que no hay previsto un método para poder medir sus resultados. Un buen ejemplo son las afirmaciones de los horóscopos. ¿Qué signfica, por ejemplo, la siguiente frase, tomada de un horóscopo "real" (en el sentido de que no es el autor de este blog quien se lo inventa, sino otra persona que considera que esas predicciones tienen valor)?

"Este año se plantea como uno muy fructífero en el que tus empeños, ilusiones y proyectos se verán dotados de una energía inusitada."

¿Alguien puede proponer una forma de comprobar la verdad o falsedad de esa hipótesis?
 
También podríamos observar que cuando una hipótesis propuesta por la pseudociencia resulta falsa, los defensores de la pseudociencia tardarán poco tiempo en encontrar una explicación: se trata de un caso particular, no se daban las condiciones, hay un error en la interpretación de los resultados... O en elaborar nuevas hipótesis que explican por qué, en ese caso concreto, sus predicciones no han funcionado.

Un listado un tanto más exhaustivo de características que nos permitirían identificar una pseudociencia, y diferenciarla de una ciencia en el sentido estricto del término es lo que se recoge a continuación:
  • No buscan leyes generales, ni tratan de desarrollar una teoría que resuelva los problemas a los que se enfrentan. La ciencia pretende explicar el mundo en función de sus regularidades, mientras que las pseudociencias suelen hablar de la individualidad, del carácter "milagroso" de cada fenómeno en particular.
  • Son dogmáticas, es decir, están planteadas de forma que sus principios no pueden ser refutados.
  • No aplican los métodos característicos de las ciencias. Esto, a su vez, impide que se puedan comprobar sus hipótesis aunque estén en contradicción con las observaciones.
  • Como consecuencia de no poder refutar sus afirmaciones, las pseudociencias son inmutables, lo que a su vez es utilizado como "confirmación" de su veracidad, recurriendo a la "antigua sabiduría".
  • Suelen presentar incoherencias, tanto internas como externas. Esto significa que, a veces, hacen afirmaciones que son contradictorias entre sí, además de contradecir lo que afirma el conocimiento científico relacionado con ellas. La ciencia es un sistema coherente de conocimiento: cada nueva teoría debe encajar, ser compatible, con las teorías que ya existen y que explican los hechos. Si no es así, en un tiempo bastante breve una de las dos teorías contradictorias es abandonada en una especie de "competencia ecológica" entre ellas, en la que solo puede sobrevivir la que tenga mayor poder explicativo. Las pseudociencias, en cambio, coexisten con otros conocimientos científicos a los que contradicen, sin poder desplazarlos. Por ejemplo, la acupuntura o la reflexoterapia son incompatibles con los conocimientos biológicos sobre el cuerpo humano. Las contradicciones entre estas dos áreas o bien no se resuelven o bien son explicadas por las pseudociencias recurriendo a "inobservables".
  • El recurso a entidades o características que no pueden ser observadas es, precisamente, otra de las notas identificativas de la pseudociencia. Se habla de "energía espiritual" (¿...?) o de aspectos "metafísicos" cuya existencia "nadie duda" o "no puede ser negada". Se atribuyen a objetos o fenómenos propiedades de orden superior, que además no se definen, como la "memoria del agua".
  • Suelen recurrir a principios de autoridad basados en personajes remotos (Zoroastro, los antiguos egipcios, Nostradamus...) y rechazar las críticas que se les hacen como un ataque personal.

 Existe un gran número de disciplinas que pueden encuadrarse dentro de la categoría de las pseudociencias. Algunas de ellas son muy sencillas de identificar y, en el fondo, no son consideradas seriamente por la mayoría de la población. Entre estas se podrían señalar, por ejemplo, la astrología, en sus versiones occidental y china, la criptozoología y su empeño de demostrar la existencia de animales fabulosos, la piramidología, que afirma que las pirámides de base cuadrada tienen poderes mágicos derivados de su forma o la gemología, que atribuye capacidades mágicas y no explicadas a diferentes tipos de minerales comprados, por supuesto, en los establecimientos adecuados y bajo el consejo y orientación de los "conocedores de los misterios de las piedras".

Pero también hay otro conjunto de disciplinas que son más difícilmente deslindables de la ciencia, como puede ser el psicoanálisis, propuesto como ejemplo de pseudociencia por el propio Karl Popper, por oposición a la Teoría de la Relatividad. En esta última categoría entran determinadas terapias alternativas que, como mínimo, pueden resultar inútiles pero que en algunos casos pueden incluso causar otros problemas para la salud. Pero el mayor perjuicio que provocan estos "métodos ce curación" alternativos, que van desde lo puramente mágico, como la imposición de manos, a lo que tiene un supuesto teóricamente científico, como la terapia basada en las "Flores de Bach", es que pueden llevar a los pacientes a abandonar tratamientos de la medicina científica arrastrados por la fe en el funcionamiento de estas presuntas soluciones, apoyadas siempre, curiosamente, en experiencias particulares no comprobables, o en sensaciones de otras personas a las que dichos tratamientos "les han ido bien".

Entre esas terapias con base pretendidamente científica destacan las terapias florales (las "Flores de Bach") y la homeopatía. La primera de ellas consiste en dejar macerar al sol flores en agua o en una solución alcohólica y luego filtrar el líquido resultante. Las supuestas virtudes curativas de ese preparado se deberían a "vibraciones" transmitidas al agua (que no son explicadas desde el punto de vista físico-químico) o a la "teoría de las signaturas", según la cual el nombre o la forma de un objeto le proporcionan ciertas características. Por ejemplo, las hepáticas, cuyo nombre se debe a una forma que recuerda la del hígado, se utilizan para tratar enfermedades de este órgano. No hace falta contar que hace ya siglos que se demostró la falsedad de esta teoría.

En cuanto a la homeopatía, su fundamento básico, desconocido incluso para muchos de sus pacientes, es que lo que ha provocado la enfermedad es también capaz de curarla. Incluso si se trata de una sustancia tóxica o de un virus. La diferencia, dicen, se encuentra en la dosis, y por eso los preparados homeopáticos consisten en diluir la presunta causa de la enfermedad (que a veces se identifica erróneamente) hasta que, de acuerdo con nuestro conocimiento químico, no queda ni una sola molécula en el medicamento. La capacidad curativa se debería, entonces, a que el agua habría adquirido "memoria" de su contacto con el agente productor de la enfermedad. Por desgracia, nadie ha explicado en qué consiste esa memoria, ni cómo puede ser transmitida desde el agua al organismo del paciente. En realidad, las pruebas científicas dirigidas a comprobar la supuesta memoria del agua han dado siempre resultados negativos.


Algunos pacientes que utilizan este tipo de terapias, u otras parecidas como la acupuntura, la reflexoterapia, la quiropráctica, la... afirman haber notado mejoría de sus dolencias. Sin embargo, esto también ocurre en ciertos casos con pacientes a los que no se les administra ningún tratamiento para su enfermedad. Es un efecto psicológico bien conocido en medicina, denominado "efecto placebo", que debe ser tenido en cuenta al comprobar la eficacia de un nuevo medicamento. Los tratamientos alternativos citados no proporcionan mejores resultados, en pruebas diseñadas con criterios científicos, que los observados como resultado del efecto placebo. Un estudio concienzudo y riguroso de la validez de la homeopatía, aunque deshace el misterio de su contenido desde el título, es el libro "La homeopatía ¡Vaya timo!" de Víctor Javier Sanz. 

Otra categoría diferente de pseudociencia es la que trata de confundir la ciencia con la religión. Es un fenómeno mucho más típico de la cultura norteamericana que de la europea, pero está en expansión y es posible que en un futuro no muy lejano notemos su influencia entre nosotros. Un caso bastante bien conocido de esta mezcla de ciencia y religión lo proporciona la iglesia de la cienciología, con su disciplina pseudocientífica bien desarrollada de la dianética. Otro ejemplo, en este caso más relacionado con la sociología norteamericana, es la llamada "ciencia de la creación", que merece algún comentario.

En Estados Unidos está prohibida la enseñanza de la religión en los centros educativos, lo que no deja de ser curioso teniendo en cuenta el elevado porcentaje de su población abiertamente religioso e incluso "integrista". Esto ha provocado un problema para quienes, apoyándose en una lectura literal de la biblia, se niegan a aceptar la teoría de la evolución, de modo que exigen que la doctrina bíblica de la creación sea enseñada "al menos en pie de igualdad" que la teoría evolutiva. Pero, para que eso sea posible, el creacionismo debe ser presentado también como una teoría científica, lo que se hace a través de la idea del "diseño inteligente": la aparentemente perfecta adaptación de los organismos a su entorno supone que han sido "diseñados", igual que si encontramos un reloj debemos suponer que ha sido construido por un relojero que sabía para qué servía cada parte. 
Hay muchos y muy buenos argumentos en contra de la hipótesis del diseño inteligente (es un razonamiento por analogía, recurre a inobservables, no es refutable, no aporta pruebas de su veracidad, no permite comprobación empírica...), que se añaden al hecho de que parte de una premisa falsa: los organismos no estamos tan perfectamente adaptados, como lo demuestran el hecho de que nos podamos atragantar al tragar, la presencia del apéndice, las enfermedades degenerativas...


En la mayor parte de los casos los científicos han tratado de dar una respuesta seria y rigurosa a la teoría del diseño inteligente, respondiendo una por una no a sus pruebas, porque no se han aportado nunca, sino a las críticas que los partidarios de esa teoría hacen a las pruebas a favor de la evolución, y que han ido cambiando a medida que han sido superadas, pero en un caso la respuesta ha sido diferente, utilizando, de forma irónica, las mismas armas que los defensores del diseño. Si hace falta un "ser superior" que actúe como diseñador, ¿por qué no suponer que éste, a su vez, ha sido diseñado por otro? Estos críticos a la teoría del diseño proponen como candidato a "ser superior último" al "monstruo del espagueti volador", y han creado una pseudorreligión, la de los "pastafaris".

Mario Bunge es un filósofo de la ciencia argentino que, a lo largo de su vida, ha tratado de combatir con todas sus fuerzas contra las pseudociencias. En este enlace tienes un fragmento de su libro titulado "100 ideas. El libro para pensar y discutir en el café". Se lee en poco más de cinco minutos, y merece la pena hacerlo, pero conviene tratarlo con cuidado porque está empapado de ironía.

La mala ciencia, por desgracia, es bastante más difícil de detectar. Se trata de la mala aplicación de la ciencia, ya sea porque los métodos no cumplen con los requisitos necesarios, ya sea porque los resultados que se comunican no se ajustan realmente a lo que se ha demostrado durante el trabajo de investigación.



En general la ciencia tiene sus propios procesos de control para evitar una mala aplicación metodológica, y sus herramientas de comunicación de resultados en las que se trata de evitar estos problemas. Los científicos publican los resultados de su investigación en revistas supervisadas por otros científicos, en principio tras una revisión "a ciegas" (el revisor no sabe quién es el autor del trabajo), y algunos científicos se ocupan de repetir los trabajos de otros, para comprobar si obtienen los mismos resultados. (Si has visto alguna vez la serie "The Big Bang Theory" sabrás que ese es el motivo por el que Sheldon se burla de Leonard. Sin embargo, el trabajo de éste es imprescindible para que la ciencia produzca conocimiento válido).

Aún así, hay ocasiones en los que la "mala ciencia" se introduce en el trabajo de científicos serios. Sin embargo, hasta ahora, siempre que esto ha ocurrido han funcionado los mecanismos para desmentir los resultados falsos o corregir los fallos del método. Todo el mundo se equivoca, lo importante es saber cuándo y cómo rectificar.

Sin embargo, el mayor problema de la "mala ciencia" no es ese, sino los efectos que puede tener la información incorrecta sobre temas científicos a los ciudadanos en general, que no tienen por qué ser expertos y que, por lo tanto, pueden tener dificultades a la hora de comprender si lo que oye (a través de la publicidad, o de los medios de comunicación) se corresponde realmente con los resultados de una investigación bien hecha o no.

Resulta mucho más sencillo de comprender si utilizamos un ejemplo. La imagen del principio de esta entrada corresponde a un fragmento de un anuncio de una crema facial antiarrugas. El mensaje "eficacia probada científicamente" es perfectamente legible, y actúa como un reclamo para explicar las bondades de la crema. Los problemas empiezan justo debajo. En primer lugar, los propios resultados de la "prueba científica" son, en realidad, poco claros. ¿Qué es el efecto radiante? ¿Cómo se mide la suavidad? ¿Por qué la reducción de las arrugas se mide en "apariencia de arrugas"? ¿La reducción de "poros visibles" se refiere a un descenso de su número o de su tamaño?

Más abajo, y en letra más pequeña, podemos seguir leyendo que la prueba se ha realizado en 42 mujeres. ¿En qué condiciones? ¿Todas han usado la misma crema? ¿Han comparado la crema con otro producto de la competencia? ¿Todas las mujeres tenían la misma edad, el mismo tipo de piel...? No sabemos nada acerca de la metodología del experimento, y por tanto no podríamos repetirlo para ver si realmente se obtienen resultados reproducibles.

Y un detalle más. La última línea informa de que los resultados han sido medidos quince minutos después de la aplicación de la crema, lo que tiene cierta importancia: algunas cremas antiarrugas actúan dificultando momentáneamente la pérdida de agua del rostro, con lo que las células de la piel de la cara están más turgentes, y durante un rato la piel parece más tersa; otras, incluso, paralizan momentáneamente los músculos superficiales, de forma que el efecto de estiramiento dismiula las arrugas durante un periodo (corto) de tiempo. ¿Parece importante esta información a la hora de comprar una crema antiarrugas? Podríamos pensar que sí, que quizá la posible cliente se lo pensaría dos veces antes de comprar un producto caro, que solo le va a servir, realmente, para verse bien en el espejo antes de salir de casa.

Este es un ejemplo claro de mala ciencia: no sabemos qué se mide (y por lo tanto no podemos interpretar los resultados), ni cómo se mide (así que no podemos repetirlos) y la información que nos proporcionan sobre las conclusiones del estudio va bastante más allá de lo que los datos afirman. Y eso que, en el fondo, no nos engañan. O al menos no nos engañan del todo, solo que no nos dicen toda la verdad.

Es fácil encontrar ejemplos de mala ciencia donde uno quiera mirar. El uso del reclamo de lo "científico" es muy habitual en los productos de cosmética, pero también en los productos nutricionales, dietéticos o sanitarios, y ahí es donde suelen estar los peores efectos. 

¿Por qué ocurre esto? hay varias respuestas que se pueden dar. Por una parte, están los intereses comerciales de las propias marcas, que tratan de vencer a la competencia utilizando todos los recursos a su alcance. En ocasiones esto supone, incluso, tener sus propios laboratorios, que realizan (o publican) solo aquellas investigaciones cuyos resultados confirman la bondad de su producto. ¿Hasta qué punto se puede confiar de un estudio que habla de los beneficios de comer yogur patrocinado (pagado) por una fundación propiedad de la empresa productora? No es necesario mentir o falsear los resultados. Basta con publicar y publicitar aquellos resultados que benefician a quien paga.

También pueden camuflarse intencionadamente los resultados, con el mismo propósito de remarcar los beneficios del producto. Aún se pueden ver en televisión anuncios de un cierto producto que "ayuda a regular el colesterol" cuando se toma además de mantener una dieta saludable, hacer ejercicio físico, eliminar los factores de riesgo y, en caso de necesitar tratamiento médico, seguirlo de forma adecuada. Claro que si se mantiene un estilo de vida sano y se sigue el tratamiento médico recomendado también se regula el colesterol, sin necesidad de consumir ese milagroso producto. También es verdad que todas esas recomendaciones pasan por la parte baja de la pantalla, a toda velocidad y en una letra minúscula.

Otro caso de mala ciencia es ocultar parte de la información significativa que resulta necesario conocer para que los resultados tengan valor. Por ejemplo, hace algunos años se descubrió que la curcumina, un ingrediente del curry, tiene efectos beneficiosos en el tratamiento de ciertos tipos de cáncer. Al poco surgió un "tratamiento natural" contra el cáncer de próstata, que proponía tratarlo simplemente introduciendo el curry como un "alimento funcional" en la dieta. Sin embargo, nuestro cuerpo absorbe solo una pequeña proporción de la curcumina que ingerimos por lo que, para que el curry fuera efectivo tendríamos que comer ¡100 gramos de cúrcuma al día! Y la cúrcuma es solo uno de los ingredientes del curry...

Finalmente, la mala ciencia llega también a la misma comuniciación de las investigaciones científicas. Por desgracia, es bastante más que frecuente encontrar noticias sobre la ciencia que afirman cosas que al profundizar resultan no formar parte de la investigación, o son distintas, o van más allá, de los resultados reales. Suele ser una situación bastante repetida enn ciertas áreas, como la Medicina, en la que periódicamente podemos leer que se ha descubierto un medicamento que podría acabar con alguna enfermedad (el cáncer es un candidato habitual), o la Paleontología, que suele brindar la noticia del descubrimiento de algún "eslabón perdido" fundamental para explicar la evolución. En realidad, la forma correcta de traducir esas noticias sería, más bien, que se ha encontrado una sustancia que muestra cierta actividad contra el cáncer en condiciones de laboratorio, pero que aún debe pasar un largo periodo de tiempo hasta que pueda llegar a usarse, si es que alguna vez es posible, o que se ha encontrado un nuevo fósil que contribuye a rellenar mejor los huecos que aún nos quedan en el registro paleontológico.

Hay varias razones que pueden explicar esta situación. Una, las características de los medios de comunicación, que necesitan publicar noticias efectistas, que llamen la atención de los lectores. Y los hallazgos científicos casi nunca son espectaculares, por lo que hay que adornarlos. Otra, que los periodistas no son, en realidad, expertos conocedores de la ciencia (¿quién podría serlo así, en general?), sino que les corresponde tratar de un tema que conocen con limitaciones y la mayor parte de las veces sin contar con expertos ni asesores.

Vencer la mala ciencia es difícil. Hacen falta más científicos capaces de ser buenos comunicadores, que sean capaces de explicar de forma sencilla las investigaciones científicas, pero también hacen falta comunicadores que sean capaces de conocer y comunicar cuestiones científicas sin disfrazarlas, exagerarlas o distorsionarlas. Y hace falta, además, que los ciudadanos sean capaces de comprender esos mensajes, para lo cual es imprescindible mejorar la formación científica de toda la población. Eso se llama alfabetización científica.

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